El gobierno del Reino Unido inició este jueves un proceso de consulta con miras a la elaboración de un "Índice de la Felicidad", cuya primera publicación se espera para abril de 2012.
Durante el lanzamiento de la consulta el primer ministro británico, David Cameron, explicó que el país continuaría midiendo el Producto Interno Bruto, "como siempre lo hemos hecho".
"Pero ya es hora de que reconozcamos que, por sí sólo, el PIB es una forma incompleta para medir el nivel de progreso de un país", agregó.
Cameron citó al ya fallecido senador estadounidense Robert Kennedy para describir al PIB como una herramienta que mide todo, "menos lo que hace que valga la pena vivir" y dijo que la información recogida en el Índice le ayudaría a Gran Bretaña a reconsiderar sus prioridades.
Esta no es la primera vez que el gobierno del Reino Unido piensa en incluir la felicidad, o el bienestar, dentro de las cuentas nacionales.
Medir la felicidad o el bienestar de una nación no es una tarea sencilla.
El gobierno laborista de Tony Blair también coqueteó con la idea, pero luego la abandonó por complicada.
Y el tema también interesa al presidente de Francia, Nicolás Sarkozy, quien le pidió a dos ganadores del premio Nobel qué consideraran la cuestión.
Y es que como explica Michael Blastland, de la BBC, medir la felicidad no es tarea fácil.
"Intentar averiguar si hemos progresado más allá de lo material tiene sentido. El problema es ¿cómo?", afirmó.
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Tremendamente difícil
Según el experto en estadísticas de la BBC, la forma más sencilla de medir el bienestar o la felicidad es tomar una muestra aleatoria de gente y preguntarle algo así como: "¿Al final de cuentas, tomando en cuenta lo bueno y lo malo y todo lo demás, qué tan bien dirías que te sientes en una escala de uno a 10?"
Y luego usar los resultados de esa encuesta para ver qué tanto aumenta, o disminuye, cada año.
Ya es hora de que reconozcamos que, por sí sólo, el PIB es una forma incompleta para medir el nivel de progreso de un país.
David Cameron, Primer Ministro
"Eso, si embargo, inevitablemente plantearía nuevas preguntas como ‘¿qué motiva los cambios en la sensación de bienestar?’. Y también habría que responder a muchas preguntas sobre edad, género, estado civil, ocupación, educación, vivienda, diversión, etc.", explicó.
Por ejemplo, si los puntajes de los casados son más altos que los de los solteros, ¿significa eso que el matrimonio hace la felicidad?
"En realidad no. La cosa es mucho más complicada. Después de todo, es posible que la gente feliz simplemente acostumbre casarse más y no hayamos identificado correctamente la dirección de la causalidad", explicó Blastland.
"Ese es un riesgo que los investigadores minimizan dándole seguimiento a cierta gente durante un largo período de tiempo, para ver qué tan felices eran antes de casarse y ver así qué diferencia supuso el matrimonio".
"¿Pero qué pasa si la gente es más feliz a los 30 que a los 20? Si ese es el caso, las mediciones hechas a lo largo de varios años también reflejarían la felicidad producida por el envejecimiento, un efecto que le estaríamos atribuyendo equivocadamente al matrimonio", ilustró.
Según Blastland, para evitarlo habría que averiguar si los treintañeros son por lo general más felices que los veinteañeros y, si ese es el caso, separar ese efecto del que haya podido tener un matrimonio celebrado en ese mismo período.
¿Complicado? Bueno, imagínense que también habría que hacer lo mismo para cada uno de los factores que pueden influir sobre nuestro bienestar.
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¿Bienestar o felicidad?
En otras palabras, el camino sencillo no es siempre sencillo. Y además hay otros problemas.
Hasta aquí, por ejemplo, hemos estado empleando los conceptos "bienestar" y "felicidad" como sinónimos. Pero, ¿es eso correcto?
¿Es lo mismo felicidad que bienestar?
"La diferencia entre los dos conceptos se hace evidente cuando uno lee o escucha a las viejas generaciones de británicos decir: ‘Éramos más felices durante la guerra’. ¿Pero acaso en esos días también era mayor el bienestar?", ilustra Blastland.
"Pero además, ¿qué significaría eso en términos de políticas públicas? ¿Que necesitamos una nueva guerra?
"Entonces uno recuerda que hace no mucho tuvimos una guerra, que no contribuyó precisamente a nuestra felicidad", continúa Blastland.
"Tal vez eso significa que para ser verdaderamente felices se necesita una guerra en la que esté en juego la sobrevivencia nacional. Es decir, tal vez lo que necesitamos para ser verdaderamente felices es que nuestras circunstancias sen verdaderamente miserables", especuló.
"Y también es posible que la guerra, que tan poco felices nos hace, esté mejorando nuestro bienestar al protegernos del terrorismo.
"En otras palabras, los valores y juicios políticos sobre qué es y qué contribuye al bienestar rápidamente complican el debate", explicó.
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Polémico
Si es fuera poco, el gobierno británico tiene va a tener que considerar los pros y los contras de todos los factores que inciden sobre el bienestar de más de 60 millones de personas.
Y lo que funciona para unos, puede que sea lo contrario de lo que funciona para otros.
"Llegados ahí, la cosa suena menos como una medición y más como política. Lo que quiere decir que al final podemos quedarnos midiendo nada más las cosas, buenas o malas, sobre las que hay poco desacuerdo, como la mortalidad infantil", explicó el experto en estadística de la BBC.
Al mismo tiempo, incluso si pudiéramos ponernos de acuerdo sobre los factores y conceptos, eso no necesariamente nos dice qué es lo que hay que hacer para sentirse mejor y ser más felices.
El simple ejercicio de incluir los sentimientos en las cuentas nacionales, el empezar a pensar en ellos como un objetivo legítimo de las políticas públicas, el intentar ampliar nuestras mediciones de progreso para incluir aquellas cosas que no se pueden monetizar tan sencillamente, es algo muy difícil. Pero es una buena manera de obligarnos a recordar cuáles son las cosas que verdaderamente nos importan.
Michael Blastland, BBC
Blastland explica que el hecho que la soledad y el aislamiento tienen efectos negativos sobre la felicidad y el bienestar podría significar que el gobierno tiene que hacer más para acercarnos.
"Pero también podría significar que tiene que hacer menos, si creemos que las relaciones interpersonales mejoran cuando el estado deja de interferir y obliga así a las familias a asumir su responsabilidad".
¿Significa todo eso que el concepto de bienestar es demasiado confuso, polémico y relativo para ser verdaderamente útil? Y si ese es el caso, ¿habría que renunciar a la posibilidad de medirlo?"
"No necesariamente", es la respuesta de Blastland.
"Porque inclusive si no nos ponemos de acuerdo acerca de la mejor manera de enfrentar el problema del aislamiento, la información nos podría ayudar a reconsiderar nuestras prioridades. ¿Se debería aprobar una política que ayuda al crecimiento económico sin considera sus otras consecuencias?
"También hay evidencia que sugiere que a los niños se les puede ayudar a desarrollar su capacidad de resistencia emocional. Algunos se burlan de este tipo de lecciones llamándolas ‘clases de felicidad’, pero lo cierto es que les ayudan a mejorar su sensación subjetiva de bienestar.
"En otras palabras, el simple ejercicio de incluir los sentimientos en las cuentas nacionales, el empezar a pensar en ellos como un objetivo legítimo de las políticas públicas, el intentar ampliar nuestras mediciones de progreso para incluir aquellas cosas que no se pueden monetizar tan sencillamente, es algo muy difícil.
"Pero es una buena manera de obligarnos a recordar cuáles son las cosas que verdaderamente nos importan", concluyó.